domingo, 17 de abril de 2011

LA CRISIS DE LA CRISIS




El recorrido intelectual de la crisis parece haber apaciguado de forma definitiva los ánimos de cambio (y de revancha) que llevaban implícitas las primeras declaraciones de los responsables políticos (antes de descubrir su dependencia de los innombrables mercados). Ahora, cuando el discurso sobre el control se va evanesciendo por momentos, la creencia en la desregulación vuelve a ganar adeptos. Sin embargo, y a pesar de todo sí que va a ser cierto que nada será igual a partir de esta época. Contra todo pronóstico (así nos va a algunos con las loterías de la vida) los ganadores van a ser los mismos de siempre, pero además por goleada. 
Despistados como estábamos pensando cómo hacer pagar a los culpables, éstos nos han arrollado de mala manera. No nos hemos dado cuenta de que lo que estaba en juego era una profunda batalla por las ideas. Que el problema no era cuantas canalladas había que realizar para superar el momento, sino cuantos derechos íbamos a perder en el intento. Ahora, en manos de la Merkel y sus secuaces, hemos descubierto como San Pablo (digo por lo del <gorrazo>) que la solución a todos nuestros males pasa inexorablemente por trabajar más y ganar menos, pero bueno esto ya lo decía ese gran Presidente de la CEOE aficionado al KIT-KAT. Como se carguen la negociación colectiva, y además liguen salarios a productividad, en el momento en que es más fácil recurrir a los contratos basura, que tiemble el Norte de África (el Sur, el Este y el Oeste) que les ha salido un duro competidor económico. Los Pirineos siguen siendo una temible barrera (para los de abajo) y, mientras, nuestro ínclito presidente va dando ejemplo de sumisión por donde pisa. Este ya da todo por perdido y ha decidido que perdamos todos. Puesto nombre a los mercados, los cuarenta y tantos, ya sólo falta rendirles pleitesía (la telefónica está que se sale).
Alrededor de este momento, quienes tienen los mass y los media, han construido  un discurso demoledor para el presente (y para el futuro): son los estados sociales (el malhadado Estado del Bienestar) quienes en su utópica e irresponsable política de equidad han dado al traste con la sacrosanta economía, ergo su eliminación se antoja ineludible. Para construir este discurso no es imprescindible ser racional, sólo pasional y un poquito desvergonzado, y de estos nos sobran y si no que le pregunten a ese impresentable Gobernador del Banco de España que mientras pide sacrificios a troche y moche (a los trabajadores y trabajadoras, entiéndase), no tiene ningún escrúpulo en prestar dinero a las entidades bancarias para que despidan con prejubilaciones de lujo a miles de personas en perfecto estado de revista laboral.
Ese discurso  metamorfoseado en nueva religión se vocifera por unos medios de comunicación absolutamente serviles a los intereses de los menos (o los más en términos de fraude fiscal) y alcanza la categoría de paradigma indiscutible. Doscientos años de lucha obrera, de conquistas de derechos laborales y sociales, por los sumideros insaciables de la nueva real política, y tan contentos. El problema no es un proyecto más o menos cuestionable en términos de pensiones, ni una reforma laboral agresiva, ni…. El problema es que hemos perdido la batalla de las ideas, que nos empequeñecemos en luchas de juguete sin una cosmovisión del momento. El problema es que la sociedad se fragmenta, mujeres contra hombres, jóvenes contra adultos, autóctonos contra inmigrantes, buscando la culpa expiatoria sin ver que al final expiaremos todos.
De la crisis vamos a salir con una profunda crisis, de valores, de solidaridad y de propuestas. Una crisis política de dimensiones peligrosas, de riesgos más que evidentes para los modelos democráticos, riesgos que una clase política, acomodada, apocada y amodorrada no sólo no vislumbra, sino que ni los entiende. Una clase política que ha colocado el listón de esa honrada profesión en el peor de los lugares, banalizando el servicio a la ciudadanía, suplantándolo por el servicio a sí misma, patético, pero sobre todo peligroso. Este será, si no lo remediamos, el corolario perfecto a la cuestión económica desde la perspectiva de este viejo <neoliberalismo> renacido. Así las encuestas nos acorralan con el abandono y el crepúsculo de la izquierda mientras el hobbesianismo de la derecha y del nacionalismo excluyente campan a sus anchas.